Las hechiceras

Cuando la mezcla entre humanos y brujos era ya algo normal, empezaron a surgir dentro de las propias familias mixtas algunos integrante que, sin poseer un poder mágico propio, eran capaces de canalizar o usar el conocimiento mágico para realizar pociones, pequeñas maldiciones y otras muestras de magia menor a través de elementos ajenos (piedras, amuletos, hierbas, etc.).  El número de hechiceras era mayor que el de hechiceros (de ahí nuestro uso del femenino en lugar del masculino), por lo que muchos estudiosos llegaron a la conclusión de que el cuerpo femenino era un mal receptáculo para la magia, a pesar de que existían brujas y magas sumamente poderosas que parecían contradecir tales argumentos.

Esta especie fue siempre tratada con desprecio y vergüenza, de tal modo que no era extraño que las propias familias escondiesen la existencia de un hechicero en la familia e incluso hubo familias que no dudaban en sacrificar a los hechiceros como si de ganado se tratase. Poco a poco, la sociedad comenzó a entender que la existencia de las hechiceras era tan válida como la de cualquier otra especie y, aunque jamás tuvieron el derecho de recibir una educación mágica como los magos, se les permitió hacer uso de sus primitivos dones siempre y cuando estos hubiesen sido debidamente acreditados por un brujo.

Durante la Guerra del Equilibrio, los hechiceros militaron en ambos bandos, según simpatías o necesidades.

En cuanto a las características físicas de las hechiceras, lo más relevante serán las marcas de nacimiento que todos ellos poseen y que suponen la única forma de identificarles. Estas marcas podían aparecer en cualquier parte del cuerpo entre el nacimiento y los cinco años de edad, y suelen ser de color negro o gris, según el color de la piel. Así mismo, las hechiceras hacen gala de una gran longevidad, aunque, al contrario de los magos, sí pueden enfermar y morir con la misma facilidad con que lo haría un ser humano normal y corriente.