Un fragmento para abrir boca
Buenos días, compañeros.
Tal y como os prometí, voy a empezar a colgar por estos lares información sobre la nueva novela con el único objetivo de haceros sufrir la espera...
Así que para empezar con el sufrimiento voy a compartir con vosotros el primer capítulo de la novela para que vayáis abriendo boca. El sábado que viene os dejaré otro regalito, así que... ¡No os lo perdáis!
Por ahora, sólo espero que os guste y que dejéis un comentario compartiendo vuestra opinión.
Un saludo, amigos.
Capítulo I
El
viento sacudía con fuerza los ventanales de la torres. Los goznes crujían con
cada sacudida y pequeñas gotas de agua salada se introducían por las grietas.
La tormenta avanzaba con rapidez hacia ellos y la sala se iluminaba tenuemente
con cada rayo, de modo que la pequeña habitación de piedra adquiría un aspecto
tétrico y fantasmal; los truenos sacudían los cimientos mientras las olas
golpeaban el acantilado que había a sus pies.
Los tres hombres
se mantenían en silencio, sentados en sillas de aspecto desvencijado en torno a
un improvisado fuego. Ninguno de ellos levantaba la mirada, perdidos como
estaban en sus pensamientos.
—¿Cuánto vamos a
tener que esperar, hermanos? —preguntó uno de ellos, visiblemente agitado ante
el temporal que se avecinaba.
—Tardarán lo que
tengan que tardar, Iulio.
—Pero llevamos
horas aquí y…
—Iulio
—intervino el tercer hombre al tiempo que la tenue iluminación dejaba ver su
rostro surcado de cicatrices—. Mantente en silencio.
Iulio agachó el rostro y fijó su
mirada en el fuego; sus manos se revolvían inquietas sobre su regazo y no podía
evitar sacudir las piernas en una clara muestra de nerviosismo. Era el más
joven de aquellos individuos y aquella era su primera salida; había pasado años
en el cuartel general dedicado a los aspectos teóricos de la investigación
sobre la Miasma, y esa salida repentina en mitad de una tormenta a un lugar
maldito no le causaba una sensación agradable.
El silencio sólo era roto por el
sonido de la tormenta que se fraguaba en el exterior y por el lejano aullido de
los lobos y demás criaturas que habitaban en aquellos bosques contaminados del
Jardín Olvidado. Nadie sabía con exactitud cuál era el verdadero significado de
aquel nombre, puesto que los recuerdos de la época de Mirbred se habían perdido
y sólo quedaban en la memoria la destrucción, las muertes y la maldición que
recaía sobre aquel paraje devastado.
El Jardín Olvidado era ahora un
lugar tétrico, plagado de árboles malformados y retorcidos por la plaga que
había arrasado la zona; sus troncos de color ceniza traían a la memoria el
estado de los cadáveres que se encontraron allí mismo, abonando con su carne a
aquellos árboles enfermos. Toda una civilización había quedado destruida por un
artefacto desconocido, un invento de los brujos de Andhal, que no resultó ser tan
seguro como ellos mismos creían; su
efectividad para acabar con la guerra que asolaba el continente quedó
eficazmente probada: no quedaron guerreros ni brujos que combatiesen, aunque
tampoco quedaron hombres ni animales. Sólo criaturas deformes y contaminadas
que dedicaban su vida a matarse entre ellas.
El silencio que reinaba en la sala
se vio interrumpido por un sonido distante, semejante al agitar de las alas de
numerosos pájaros. Un hedor a muerte y sangre se introdujo en la torre,
haciendo que los tres hombres se levantasen de inmediato y se colocasen en el
centro de la sala. Un círculo mágico, lo suficientemente amplio para acoger a
los tres, se dibujaba en el suelo, escrito con sangre y cenizas, mezclando
dialectos tan antiguos como el mundo y como aquellos seres con los que se
reunirían. Los tres hombres se inclinaron, las rodillas en el suelo y sus
miradas clavadas en un punto de aquel círculo.
—Señores. —El hombre de las
cicatrices habló con voz anhelante, el rostro torcido en lo que debió ser una
sonrisa—. Hemos hecho lo que ordenasteis, el hijo de la hechicera no será ya un
problema y la vidente está al borde de la muerte.
—¿Tan seguro estás de tu éxito,
Gorfred? —preguntó una voz afilada que hizo que los tres hombres se
estremecieran—. Según nuestros informadores, tanto la vampira como el hijo de
la hechicera siguen con vida. —La ira se podía palpar y la presión en las
cabezas de los tres hombres era cada vez mayor—. Dijimos que los queríamos
muertos, y vosotros habéis permitido que
vivan.
—No por mucho tiempo, señor
—intervino el otro hombre con la voz cargada de temor—. Iulio ideó un arma
contra los vampiros y Elisa ha sido herida con ella… —Se interrumpió al notar
que aquella presencia se centraba en él y, tragando saliva con dificultad,
continuó—. No podrá sobrevivir mucho tiempo.
—Habéis usado un arma antigua
—susurró la voz—. Un arma tan antigua como nosotros, creada por los dioses y
forjada en las profundidades de la tierra con el fuego sagrado. —No parecía
sorprendida ante aquel descubrimiento, aunque Iulio temblaba de miedo—. Otras
razas conocen de su existencia, otras razas que pueden sanar la herida. —De
nuevo la ira se apoderó de la voz—. Si no mueren ellos, moriréis vosotros.
—Pero…
—No admitimos fallos. No perdonamos
los errores.
Iulio se estremeció al notar la ira
creciente de aquellos seres extendiéndose por la sala. Sabía que algo estaba
mal, realmente mal. Lo sabía desde que había comenzado a trabajar en ello,
desde que había encontrado el Libro de la Luz y había forjado el arma con las
palabras mágicas de los brujos. Temblaba de miedo y quería marcharse de allí,
pero algo se lo impedía. No podía moverse ni gritar.
—Él forjó el arma prohibida —acusó
la voz, centrándose en Iulio, que se mantenía doblegado—. Serás castigado.
Iulio notó que su cuerpo comenzaba a
arder. Era un dolor inimaginable que se
extendía por todas sus extremidades sin que él pudiese hacer nada más que
gritar en silencio. Notaba la sangre corriendo por su cara y temblaba sin
control. Sentía tanto dolor… pero no podía gritar. De repente, todo pasó.
Los otros dos observaron a su
compañero, desvencijado en el suelo, con el cuerpo cubierto de llagas y la boca
abierta en un grito mudo. Gorfred le miró con indiferencia, como si aquella
muerte no significase nada; el otro hombre le dirigió una mirada cargada de
lástima, pero tampoco habló.
—Terminad lo que
empezasteis. Este será vuestro destino si falláis.
—Sí, mi señor.
Muy interesante una narrativa y dialogos muy buenos con un vocabulario muy nutrido y fácil de entender, me gusta tu forma de escribir. Sigue escribiendo no lo dejes nunca.
ResponderEliminarMuchas gracias por la visita y por el comentario, Gerardo. Me pasaré por tus blogs a pasear. 😉
EliminarTengo varios blogs, pero los dos principales son los siguientes.
ResponderEliminarhttps://laluciernagasite.wordpress.com/2016/09/27/escribiendo-en-esta-manana-
http://whenthelettersarewellwirtten.blogspot.com.es/